El bebé cosmonauta

El bebé cosmonauta, con su traje espacial, que le queda un poco grande, despega y se lanza a recorrer el infinito. Vuela sobre Venus y sus inmensos campos de esmeraldas, orbita sobre Marte, árido y reseco, y luego se lanza a lo profundo de la Vía Láctea. Contempla los destellos multicolores de las novas, las furibundas explosiones de las supernovas, y la oscuridad aterciopelada de los agujeros negros.
Montado en un cometa azul juega con las nubes de meteoritos y se va alejando de nuestra galaxia.
La lejana Andrómeda lo llama, y en su cometa de hielo viaja a donde nunca nadie ha llegado. Visita el planeta de los árboles de plata que saludan a los visitantes con el rumor argentino de sus hojas y dan los buenos días, las buenas tardes y las buenas noches a los bebés forasteros. Muy corteses, los árboles dicen adiós cuando el bebé se aleja buscando nuevas maravillas. Llega al brumoso planeta de los sueños perdidos, donde todo puede suceder, pero como todavía no conoce la nostalgia, atraviesa inmune sus nubes tornasoladas. El bebé quiere llegar a los confines de lo desconocido. A la zona de los huracanes estelares donde la luz, el color, el tiempo y el espacio, se vuelven lluvia cósmica, intensa, y arremolinada. Nadie ha llegado nunca hasta allí, nadie nunca los ha desafiado con su presencia, pero el bebé con una suave mirada amansa el caos, deshace la incertidumbre, y apacigua el miedo. Es invencible este bebé cosmonauta.
Luego regresa a su galaxia, a su planeta, a su casa, y a su cuna, y cuando finalmente despierta en los brazos de su madre que lo mira preocupada por esa vida riesgosa y aventurera que lleva, él le regala una sonrisa tranquilizadora y bosteza feliz y satisfecho.

– Alejandro García Villalón «Virulo».
Cubano.