I
¿Lloras...? ¿Por qué? La vida no es tan triste
para ser sentida y tan llorada;
goza de lo que es bello y lo que existe,
que todo eso después se queda en nada.
Goza de lo que ves. Admira todo,
elogia la belleza, canta el Arte
y procura vivir siempre a tu modo
sin alabar a nadie ni alabarte.
¿Lloras aún? La vida, ¡ay!, es muy larga
y hay tiempo de llorarla todavía.
¡Dichoso aquel que nunca la encuentra amarga
deseche los pesares y sonría!
Mira a tu alrededor: el ave canta
poniendo su alma entera en cada nota;
el ruiseñor su himno a Dios levanta
y la oscura semilla fértil brota.
El rubio Febo la campiña dora,
el arrojo infantil murmura y ríe.
¿Contemplas ese cuadro? Nadie llora.
¡Desecha tu tristeza y sonríe!
II
¿Ríes? Dichoso tú. ¡Tengo una envidia
al que ríe feliz o alegre canta...!
¡Ay!, yo también reí; mas la perfidia
de los hombres quitome dicha tanta.
Pero... ¿por qué te alegras tan temprano?
No sonrías aún; la vida es triste
y lo que admiras hoy contento, ufano,
mañana o está mustio o ya no existe.
Mira a tu alrededor: el campo yermo,
el arroyo en su cauce llora y gime,
tiene el paisaje palidez de enfermo
y el cielo gris el corazón oprime.
Allá en el valle, como espectros mudos,
arrasados tal vez por la tormenta,
los árboles elevan sus desnudos
brazos y su esquelética osamenta.
¿Y aún puede sonreír quien mira ésto?
No rías más; tan sólo piensa ahora
que el tiempo pasa y se desliza presto.
No nos toca reír...; no rías... ¡llora!
María G. Ontiveros
venezolana