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¡Oh, este hombrecillo!

¡Oh, este hombrecillo turbio, denso bibliotecario,
que opacamente arrastra sus gruñonas manías
a través de un oscuro trabajo sedentario
de noches infecundas y de estériles días!

Hundido en sus espesos papeles de notario
cunde su alma de reumas y anticuarias miopías
mientras un reloj lleno de polvo octogenario
tictaquea sus horas áridas y vacías.

¡Oh, este hombrecillo turbio de reseca figura!
Agua de estanque, negra polilla, rana oscura,
cuya voz está llena de maniáticos dejos...

En la penumbra eterna de su oficina en crisis,
cualquier día lo encuentran roto en una hemoptisis
sobre el mentón inútil de sus papeles viejos.

Luis Palés Matos
portorriqueño

Cuando ella dijo aquello

Cuando ella dijo aquello –era en diciembre–,
por un minuto,
vino, mayo de amor, la primavera
y hubo rosas de te en los labios míos
la noche de noche-buena.

Cuando ella dijo aquello, en ese instante,
al sol se le murieron sus planetas
y unos trozos de arcángel, olvidados,
bajaron
a perfumarse la conciencia.

Muerte y vida, cogidas de la mano,
emprendieron la misma carretera.

El caos tuvo música.

Los pájaros pulsaron las mareas
y adelantaron la salida de la luna
desde los cables de la luz eléctrica,
equivocando a los visires de Teherán
y a los rabinos de la Judea.
Por una vez, se rezó antes de la hora y al unísono
el Ángelus
En Europa y América

Se me olvidó mi propio nombre.
España, ya, ¿quién sabe lo que era?
Cuando ella dijo aquello
se detuvieron todos los relojes
y se arriaron todas las banderas
y abrieron los ojos ciegos incurables
más antiguos
y todas las mujeres estériles tuvieron descendencia...

Cuando ella dijo aquello
–voz de amor, a las diez de la noche–
–Felicidad, Eternidad, Belleza–
¡por vez primera fue de día al mismo tiempo
en los dos hemisferios de la tierra!

Autor desconocido.

Reflexión tardía

¡Cómo no to he encontrado cuando aún podía amarte!
cuando pude en mis besos, mi existencia brindarte,
cuando mi alma, ligera como el agua y la brisa
pudo dársete toda, ¡sólo en una sonrisa!

¡Cómo no te he encontrado cuando aún era buena!
cuando no había en mis labios este amargo sabor.
Hoy llevo el alma roda por hilachas de pena
y en mis ojos el llanto, ya sembró su color.

Es mejor alejarnos. Tu ventura, me hiela,
ya mi vida es otoño, primavera tu amor.
¡Déjame ahora, es tarde! Mi corazón anhela
soledad y tristeza, ¡vete! Que así es mejor.

Autor desconocido

La viejecita

La sala es antigua,
los cuadros: de plata,
los viejos sillones
color escarlata.

Las alfombras gruesas,
bajas las persianas,
¡ya el sol no penetra
ni por las mañanas!

Y en el ritmo suave
de una mecedora
una viejecita
desgrana sus horas.

Álbum en la falda,
mil fotografías,
recuerdos, perfumes,
sueños de otros días.

Aquellos ojillos,
pálidos, cansados,
antaño ¡cien veces
fueron alabados!

¡Ay aquel su garbo!
Su innata hermosura,
¡Y mírenla ahora,
qué horrible figura!

Pasó por la vida
sin creer en nada,
tiene el pelo cano,
la tez arrugada.

¡Pobre viejecita
de cabeza vana!
Se pasa las horas
hilvana que hilvana.

¡Si hubiera cedido!
¡Si hubiera llorado!
Abrigo a mi tedio
quizás habría hallado.

Así pasa siempre,
de la noche al día,
con la faz cargada
de melancolía.

El sol no penetra
ni por la mañana.
¡Qué poco se tiene
la cara lozana!

Autor desconocido

Peculiar Soneto ( * )

Cándida luna que con luz serena (Herrera)
del espacio los ámbitos dominas (Quintana)
y el horizonte lóbrego iluminas (S. Martínez)
de pompa, majestad y gloria llena, (Cadalso)

¿Sientes acaso la amorosa pena (Ramón Palma)
y a la mansa piedad dulce te inclinas (M. Arjona)
y en busca de un amante te encaminas (L. de Vega)
que a eterna desventura te condena? (Anónimo)

Parece que me escuchas y parece (F. de la Torre)
que en gloria y paz y amor y venturanza (Espronceda)
tibia, modesta, fugitiva luna, (Zorrilla)

tu faz en dulce lumbre resplandece (José Roldán)
y entre el vago temor y la esperanza (M. de la Rosa)
constante dura sin mudanza alguna. (Luzán)

(*) composición hecha con catorce versos correspondientes a otros tantos autores.

Autor desconocido

Soneto en lamento sostenido

Un tiempo me creí buen navegante.
Ahora, voy inseguro de mi rumbo:
otra estrella me marca un norte herido.
No puedo dar la vielta, sin embargo,
ni negar mi bitácora
no abandonar la nave
tanto tiempo en la ruta mantenida.

En ti el amor-dolor he conocido,
volcán en mis entrañas,
vendaval que desgarra mis sentidos.
Orden de mi desorden.
Noveno mandamiento destrozado
noventa veces nueve.
Eco del eco de mi azul gemido
(voz-suspiro ferbil que gria «¡te amo!»,
no pudiendo decirlo).

Autor desconocido