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Ay, ay, ay

Asómate a la ventana, ay, ay, ay,
paloma del alma mía
que ya la aurora temprana,
nos viene a anunciar el día.

Si alguna vez en tu pecho, ay, ay, ay,
mi cariño no lo abrigas,
engáñalo como a un niño,
pero nunca se lo digas.

El amor mío se muere, ay, ay, ay,
y se muere de frío,
porque tu pecho de piedra
tú no quieres darle abrigo.

Ósman Pérez Freire
chileno

de https://www.fomentar.com/Mexico/Cancionero/detalle.php?id=133&inicio=135&orden=verso&asc=1

Yo no quiero estas rosas

Yo no quiero estas rosas
que no tendré mañana.
¡Sólo adoro las cosas
perdidas y lejanas!
Nada presente quiero.
Nada futuro ansío.
En el pasado está
todo lo que fue mío:
la voz que ya no oiré
vibrará en mis oídos
con la infinita angustia
de los bienes perdidos.
La boca que hoy me tiendes
y que hoy también rechazo,
será después a la única
que ambicione mi abrazo.
Buscaré ansiosamente
la presión de tu mano
cuando, perdida y lejos,
sea ya todo en vano.
Y víctimas de mis
inauditos antojos,
acaso llora sangre
por tus perdidos ojos.
Se pasa la vida
de rodillas y juntas
las manos, sollozando
por las cosas difuntas.
No me hagas más reproches
porque no te he querido,
¡Porque te adoraré
cuando te halla perdido!

María Monvel
chilena

En el frío de tu sonrisa

En el frío de tu sonrisa
no quedaba ya resplandor.
¡Aún la carne se me eriza
cuando pienso en aquel amor!

Veinte años apenas los míos:
¡pudiste haberme dado el ser!
¡Tú eras crepúsculo sombrío
y yo era un claro amanecer!

En ti no había ya memoria
de la pasada juventud.
Tu último sueño era la gloria
para después del ataúd.

La nieve a blanquear comenzaba
en tu sien –¿por eso te amé?–
y en una larga arruga surcaba
las frías manos que adoré.

Llegué yo –mariposa loca–
¿qué había en ti, qué había en ti,
que se prendieron en tu boca
mis labios frescos de rubí?

¿Con quién hiciste pacto, viejo,
que te adoró mi juventud
y aun te añoro, con un dejo
de inmensa y triste laxitud?

¿Con quién hiciste pacto para
que nunca te olvidara bien
y aún soñara, aún soñara,
en tu infierno desde mi edén?

Tú no eres nada. Eres el recuerdo.
¡Es él el que no muere en mí
y es cuando en mí misma me pierdo
cuando estoy más cerca de ti!

Cerca de las dos manos finas
que el trabajo ni el sol doró
y que llenaron de espinas
el inocente corazón...

Tú no me importas. Te hallé viejo.
Te vi hoy pasar y me reí.
¡Ni una huella queda, ni un dejo
del amor por que padecí!

Pero el Chopin que amabas tanto,
culpable de esta evocación,
hoy me tiene ciega de llanto,
viviendo la misma pasión.

¡Cómo odio, con amor inmenso
el recuerdo que vive en mí,
y sobre todo cuando pienso
en la juventud que te di!

María Monvel
chilena

El ruego

Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,

cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!

Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.

Me replicas, severo, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,
trazándose las sienes como vasos sutiles.

Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón dulce y atormentado
¡y tenía la seda del capullo naciente!

¿Que fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
Y él sabía suya la entraña que llagaba.
¿Que enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!

Y amar (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio
conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.

El hierro que taladra tiene un gustoso frío,
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas.
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,
si tardas en decirme la palabra que espero.

Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.

¡Di el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra el perfume, de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

Se mojarán los ojos oscuros de las fieras,
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste
llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!

Gabriela Mistral (Lucila Godoy Alcayaga)
chilena

Los malos vientos

Yo venía rosada de fresca adolescencia
por la campiña verde, bajo el azul de Dios...
Yo venía cantando mi sana florescencia
con el cristal sonoro de mi cándida voz.

Yo venía rosada. Yo venía fragante,
oliendo a agüita clara y a risueño botón...
Tú estabas a la vera de mi huella triunfante
para torcer mis pasos hacia tu corazón!

Y como fascinada yo seguí el laberinto
de tus suaves pendientes todas ellas de Amor...
Yo venía rosada con olor a jacinto,
yo venía cantando sin saber del Dolor...

Y hoy... que un viento de olvido sacudió mis hondores
vengo triste y velada por mortal palidez.
Yo venía rosada con mis sueños cantores
y hoy me vuelvo amarilla de temprana viudez.

Olga Azevedo
chilena

fuente:https://www.poeticous.com/olga-acebedo/los-malos-vientos?locale=es

Canción

Alma, no me digas nada,
que para tu voz dormida
ya está mi puerta cerrada.

Una lámpara encendida
esperó toda la vida
tu llegada.
Hoy la hallarás extinguida.

Los fríos de la otoñada
penetraron por la herida
de la ventana entornada.
Mi lámpara estremecida
dio una inmensa llamarada.

Hoy la hallarás extinguida.

Alma no me digas nada;
que para tu voz dormida
ya mi puerta está cerrada.

Juan Guzmán
santiaguino; 1885–1979