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Nocturno

En silencio profundo está la casa;
la ventana de vidrios entornada
y una luz que parece desmayada
por sus cristales transparentes pasa.

No se oye el ruido de la brisa escasa;
duerme el ave esperando la alborada;
la selva ensombrecida está callada
y ni el rumor más tenue la traspasa.

Todo reposa. El silencioso viento
[paró] su ala sedeña y transparente
bajo la oscura bóveda del cielo.

Y una sola inquietud es mi desvelo,
que me acaricia la abrasada frente
con mano inmaterial: tu pensamiento.

Lucía Berardo
argentina

El ruego

Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
soñé un amor como jamás pudiera
soñarlo nadie, algún amor que fuera
la vida toda, toda la poesía...

Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía,
y el otoño me hallaba con mi espera.

Señor, Señor; mi espalda está desnuda.
¡Haz estallar allí, con mano ruda,
el látigo que sangra a los perversos!

Que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, haciendo versos.

Alfonsina Storni
argentina

Zapatitos rotos

Hoy hallé un poema
en el aula clara, hoy hallé un poema;
el mejor que puede
decir la pobreza
de unos zapatitos
con la boca abierta.

...¡No apretes chiquilla,
no apretes tus pies pequeñitos, uno contra el otro:
no escondas, pequeña,
tus zapatos rotos!
Me arrodillaría,
pequeñita mía,
como los devotos
al pié de los santos;
me arrodillaría
y esos piececitos
que la miseria
ha santificado,
¡te los besaría
por la boca abierta
de tus zapatitos!

Aurora Suárez

Tú me quieres alba

Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue.
corola cerrada.

Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.

Alfonsina Storni

Don Quijote

Encajado en la bélica armadura,
maltenido en menguado rocinante,
atraviesa la vida el arrogante
paladín de la humana desventura.

Amalgama de genio y de locura,
guerrero, trovador, sabio y amante,
en triunfo vá del caballero andante,
por todo el mundo la inmortal figura.

Se alzó como un espectro, de la nada,
sobre la noche de su edad sombría,
para abrir con los golpes de su espada

la huella de los siglos venideros,
y á través de los tiempos todavía
prosigue su matanza de carneros.

Diego Fernández Espiro

argentino; (1872-1912)

Canción

Muerto este amor, ya no amaré a ninguna,
porque todo mi bien me viene de ella,
como el fulgor celeste de una estrella
temblando en el cristal de una laguna.

Dios la puso en la sombra de mi abismo
como prolongación de su alto amparo;
¡cómo no amarla con mi amor más claro,
si amando a esta mujer amo a Dios mismo!


Alfredo R. Bufano
argentino; 1895 - 1950

El hermoso día

Tan jovial está el prado,
y el azul tan sereno,
que me he sentido bueno
con todo lo creado...


El sol, desde su asomo,
derramó por mi estancia
el oro y la fragancia
del polen del aromo.

Sentimental, el asno,
rebuzna su morriña,
y ayer, como una niña,
floreció ya el durazno.
Leopoldo Lugones
argentino; 1874 - 1938

Inmigrantes

Los dos sentados en un banco. Ella
mece un infante envuelto en un pañuelo
y con sus ojos mansos mira al cielo
que ni le da la gloria de una estrella.

En el rostro de él se la huella
de la añoranza del nativo suelo.
¡Ah, si pudiera levantar el vuelo
hacia la patria que el oceano sella!

Tal vez han de pasar la noche en blanco,
bajo el cielo, sentados en el banco.
Y mirarán correr autos y coches,

y oirán el ciudadano desasosiego,
y llorarán por las heladas noches
de Rusia, bajo el techo junto al fuego.

Manuel Alcobre
argentino

Frente al espectáculo

Mi vida es una eterna vacilación. Mi vida
oscila entre los polos de la risa y el llanto.
Y oprime mi alma el peso del cósmico quebranto,
ya en ella el duende alegre de las burlas anida.

El mundo, ¿es una vasta tragedia dolorida,
digna de que el poeta la enaltezca en su canto,
o es, como me murmura la voz del desencanto,
una farsa vulgar, grotesca y aburrida?

Oh, el complejo espectáculo de la vida... me inquieta
saber si he de cantarlo con alma de poeta
o he de mofarme de él, lo mismo que un juglar.

Y ante el arduo dilema, reflexiono, vacilo;
entre el llanto y la risa como un péndulo oscilo
y no sé qué es mejor: si reír o llorar!

Enrique Méndez Calzada
argentino; 1898 - 1940

Mano a mano

Rechiflado en mi tristeza te evoco y veo que has sido
en mi pobre vida paria sólo una buena mujer.
Tu presencia de bacana puso calor en mi nido,
fuiste buena, consecuente, y yo sé que me has querido
como no quisiste a nadie, como no podrás querer.

Se dio el juego de remanye cuando vos, pobre percanta,
gambeteabas la pobreza en la casa de pensión.
Hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta,
los morlacos del otario los tirás a la marchanta.
Cómo juega el gato maula con el mísero ratón.

Hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones,
te engrupieron los otarios, las amigas y el gavión;
la milonga entre magnates, con sus locas tentaciones,
donde triunfan y claudican milongueras pretensiones,
se te ha entrado muy adentro en tu pobre corazón.

Nada debo agradecerte, mano a mano hemos quedado;
no me importa lo que has hecho, lo que hacés ni lo que harás.
Los favores recibidos creo habértelos pagado
y, si alguna deuda chica sin querer se me ha olvidado,
en la cuenta del otario que tenés se la guardás.

Mientras tanto que tus triunfos, pobres triunfos pasajeros,
sean una larga fila de riquezas y placer;
que el bacán que te acamala tenga pesos duraderos,
que te abrás de las paradas con cafishos milongueros
y que digan los muchachos: Es una buena mujer.

Y mañana cuando seas descolado mueble viejo
y no tengas esperanzas en tu pobre corazón,
si precisás una ayuda, si te hace falta un consejo,
acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo
para ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión.

Celedonio Flores
bonaerense; 1896-1947

Po' el Botija

o El Cristo de la Quebrada

Yo soy gaucho agalludo,
igual que las piedras de los cerros puntanos
y por fuerza de mirar siempre pa' abajo
no creía en más poder que el de mis manos.
Pero, si vos me hacés el milagro de salvarme al Botija,
yo te ofrezco, a mi vez, la majadita de veinte cabras blancas
y mi zaino braga'o, también la mula,
y hasta tengo de más la mano zurda
si mi pobre fortuna no te alcanza.

Y el Botija curó.
Y a la semana después de la promesa realizada,
por los altiplanos de las sierras de la Villa,
vaga el rebaño de las cabras blancas
junto al zaino bragado, la baqueana.
Y como rara flor de la montaña
extraña a los cóndores y a las tunas
los cinco dedos de una mano zurda
quedaron junto al Dios de la Quebrada.

Boris Elkin
bonaerense

La vara de Pirimpilo

Del muy singular combate librado entre Pirimpilo y el ogro Panqueque

Don Paco Panqueque montado en su Jaca,
al hombro el trabuco y al cinto la faca,
con tamaño hocico bajo el mostachón,
arre que te arre, grita que te grita,
don Paco Panqueque se me desgañita
carilargo y fiero por un cañadón.

Le han dicho a don Paco que su gran trabuco,
que su enorme faca, su hocico de cuco
y sus ojos rojos, no le han de servir
frente a Pirimpilo, gracioso y pequeño,
que tiene una vara, la Vara del Sueño,
con la que cien ogros ya han hecho morir.

La gente del cerro grita y se sofoca.
Se abre una montaña, retumba una roca,
desbórdase el río, se arrastra un alud,
la gente sospecha que es un terremoto
¡Y es Paco Panqueque, brujo boquirroto,
el del alboroto de tal magnitud!

¡Qué ejército tiene! Diez mil escorpiones,
quinientos gorilas, trescientos dragones;
de agudos colmillos todo un arsenal;
osos y panteras, chacales y lobos,
víboras y arañas, escuerzos, colobos,
armados con todas las flechas del mal.

El ogro a sus huestes contempla y estalla
en risas que tienen fragor de metralla,
resonar de trueno, ruido de arcabuz.
Contempla a huestes, se aprieta al espada,
y sigue sonando su gran carcajada
que a diestra y siniestra lleva el patatús.

El ogro en su jaca grita: "¡Pirimpilo:
en cuanto te vea, te levanto en vilo,
te atrapo en mis garras, y uno, dos y tres,
te mondo lo mismo que una mandarina,
masco tu sabrosa carne de gallina
y rompo tu cráneo cual casco una nuez!"

Al oirle ríe todo el regimiento.
¡Ruido igual no mete ni el amigo Viento
cuyos pingos nadie gana a relinchar!
Ríe el regimiento de oír a su jefe;
¡y el muy traganiños y el muy mequetrefe,
de puro contento ya va a reventar!

II

Por la senda opuesta Pirimpilo viene.
¡Qué cara más linda Pirimpilo tiene!
De nube y de nardos y de ágata es.
Estrellas, sus ojos; su boca, una rosa;
dos lirios sus manos; la estampa, graciosa;
es niño y es ángel y es flor a la vez.

Pirimpilo viene, Pirimpilo avanza.
Panoplia no trae, ni flecha, ni lanza.
Viene muy jinete sobre un ruiseñor.
Pirimpilo viene sin armas al brazo.
Las flores del valle saludan a su paso
con dulces palabras de aromas y color.

Pirimpilo inerme viene; pero el oro
de su cinto oculta preciado tesoro:
La Vara del Sueño hondo como el mar.
Vara que derrama tan fuerte beleño,
que sólo al mirarla se cae en un sueño
del que nadie nunca puede despertar.

Le sigue su ejército. ¡Quinientos millones
de abejas y avispas y de moscardones;
quinientos millones de erizos de mar;
de blancas palomas tan grande bandada,
que toda la tierra dejaba nevada
cuando se asentaba para reposar!

Faisanes y grullas, gaviotas y ranas,
milanos, pingüinos, halcones, iguanas,
un pavo real y un gran marabú;
tímidas fardelas, pardas pititorras,
veinte somormujos con sus lindas gorras,
una vieja espátula y un fiel cururú.

¿Y sus oficiales? ¡Comandante Grajo!
¡Coronel Cigueña! ¡Mayor Arrendajo!
¡Capitán Lechuza! ¡Teniente Zorzal!
Pirimpilo pasa revista a su gente,
que airosa desfila, donosa y sonriente
haciéndole venias a su general.

Mas, ¿qué ruido es éste? ¿Qué tropel resuena?
¿Por qué de rugidos el valle se llena?
¿Se hace el mundo trizas? ¿Qué ocurre, Señor?
¿Es el mar que deja su lecho bramando?
¿Se ha caído el cielo? Pero, ¿cómo y cuándo?
¿O es que ronca el viejo cerro Tronador?

¡Es Paco Panqueque! ¡Son sus fieras huestes!
Marchan entre olores de miasmas y pestes,
guiadas por el ogro tremendo y feroz.
Por donde ellas pasan, corceles de Atila,
bajo la llorosa mirada de Dios.

En un verde valle Pirimpillo y Paco
se encuentran. El ogro cara de mataco
ruge; Pirimpilo sonríe feliz.
El ogro da voces de mando a su tropa,
muge, grita, brama, se para, galopa,
mientras se enrojece su enorme nariz.

¡Ay, qué tremolina! ¡Ay, qué batahola!
El ogro su espada terrible enarbola;
mira a Pirimpilo con hambre brutal;
la tropa la azuza, le grita, le brama,
le grazna, le ruge, lo oprime, lo aclama,
entre los acordes de un himno infernal.

Pirimpilo aguarda dichoso, tranquilo.
Su vara del cinto saca Pirimpilo,
la esgrime ante el ogro ciego de furor.
Este se revuelca sobre su montura,
se tuerce, se araña, blasfema, perjura,
pues lo invade un hondo sueño abrumador.

Por fin, en su jaca se queda dormido.
Su gran regimiento se ve ya perdido,
pero avanza, loco, dispuesto a morir.
Pirimpillo esgrime su vara bendita;
y al rato, la tropa del ogro dormita
bajo el luminoso cielo de zafir.

Pirimpilo ordena: "¡Soldados, la muerte
más rápida y fiera para el que despierte!"
Mas nadie se mueve bajo el cielo azul.
Pirimpilo entonces orden el despojo
de los derrotados, y él se guarda un ojo
del ogro Panqueque, bellaco y gandul.

Vuelve Pirimpilo con su regimiento.
"¡Vencedor!"Le dicen las flautas del viento;
las aves le cantan: "¡Gloria al vencedor!"
Pirimpilo torna feliz, satisfecho.
¡Les trae a los niños prendido en el pecho
el ojo del ogro como un reflector!

Alfredo R. Bufano
guaymallino, 1895 - 1950

Sur

San Juan y Boedo antiguo y todo el cielo,
Pompeya y, más allá, la inundación.
Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre flotando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa;
tu casa, tu vereda y el zanjón
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.

Sur,
paredón y después…
Sur,
una luz de almacén…
Ya nunca me verás como me vieras
recostado en la vidriera,
esperándote…
Ya nunca alumbraré con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya…
Las calles y la luna suburbana
y mi amor en tu ventana…
Todo ha muerto, ya lo sé…

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,
Pompeya y al llegar al terraplén
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgia de las cosas que han pasado…
Arena que la vida se llevó…
Pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió…

Homero Manzi
añatuyense; 1907-1951

Del amor

Media noche; una calleja
de antigua cepa moruna;
por todo farol, la luna
y Dios por toda pareja.

Una ventana, una reja;
detrás de la reja... alguna;
y ante la ventana, una
canción trémula de queja...

Otro hombre, una maldición
en la callejuela sola;
un grito airado: «¡traición!»;

en ala sombra una pistola
y después... un borbotón
de la gran sangre española.

Belisario Roldán
argentino; 1873-1923

Soneto sin verbos