El vaso diáfano y rico
donde muere esa verbena
lo hirió en su lúgubre vena
el golpe de un abanico.
La herida, que era impalpable,
por sí en el cristal mordiendo,
fue, en lo profundo, creciendo,
hasta volverse incurable.
Filtra el agua, gota a gota,
y, a par que la flor perece,
la ánfora intacta parece...
no la toquéis, ¡está rota!
Así una mano querida
da en un corazón, de paso,
éste lo mismo que el vaso,
lleva muy honda la herida.
Y es, ante el mundo, un ex-voto
de aquella mano traidora:
parece intacto, no llora...
no le toquéis, ¡está roto!
Sully Prudhomme
francés; 1839 - 1907
Traducido por César Borja