Si tuviéramos tiempo suficiente,
no fuera crimen tu pudor presente.
Podríamos sentarnos, la manera
a idear de agradable hacer la espera.
Recorriendo del Ganges las orillas,
rubíes buscarías; yo, a mil millas,
al Támesis mis quejas contaría.
Hasta el juicio final te esperaría;
podrías rehusar los besos míos
hasta el día en que todos los impíos
a la cristiana fe se convirtiesen.
Crecería mi amor tal como crecen
robles e imperios: grandes, pero lentos.
De alabar tu belleza en mis intentos,
podría dedicar un siglo entero
a esos ojos de mirar sincero,
doscientos años tu pecho honesto,
pero miles y miles para el resto.
Toda una eternidad en cada parte
—y quizás el corazón no puede hallarte.
Porque tú te mereces esa prisa,
mas no se puede dar a una indecisa.
Pero a mi espalda siento el carro alado
del Tiempo, que se acerca apresurado;
y si el camino que me aguarda oteo,
de eternidad desiertos sólo veo.
Tu belleza después se habrá extinguido
y mi canción no llegará a tu oído;
y por gusano has de ser violada
esa virginidad tan bien guardad.
Tu castidad en polvo ha de acabarse;
cenizas mi deseo ha de tornarse;
y aunque la tumba es un lugar privado,
para hacer el amor no es lo indicado.
Por eso, mientras dura el atavío
de juventud, que cubre cual rocío
fresco tu tez hermosa y delicada;
y el fuego con que tu alma está animada
aún fuerza y vida tiene, divirtámonos
cual aves amorosas; decidámonos
a devorar el tiempo, hora tras hora
y no languidecer, como hasta ahora.
Nuestra fuerza y dulzura hagamos una
sin titubeo o turbación alguna;
y en la batalla y el placer supremos
la puerta de la vida atravesamos.
Y al sol, que no logramos se detenga,
más energía obligaremos tenga.
Andrew Marvell
Traducción de Francisco Pérez Febres-Cordero
To His Coy Mistress (A su esquiva amante)