Elegía de otoño

Voy a decirte ahora mi alta verdad de hombre,
mientras mi sangre corre quemándome las venas.
Las palabras, que brotan como ramas de mi árbol,
de este árbol de dolor arraigado que llevo
en lo más dolorido que mis entrañas tienen,
y [que xx] abre al sol entre vientos y nieblas:
lo que el amor me obliga a decirte, sin lágrimas,
mientras mi sangre corre quemándome las venas

Aquí se alza el recuerdo de [xxxx] hiras [d]ejamos
–¡[d]ejamos y tan cerca!–, y penetra en mi carne
una oscura tristeza sin [flores], amor mío.
A la luz de otra luna, [lentos pianos] que [sueñan]
hace[r] [islas] de música buscando tus palabras.

¿Dónde están esas horas que me daba[n] tu mano,
mientras caía la lluvia sobre el jardín dormido
en noches de ternura, [cuando] apenas sonaban
lentos pasos de amor sobre alfombras [quer]idas?
Sólo están guarecidas en mi corazón claro,
en tanto [anillo] [xl] [turban] materno de la noche
a mi sombra alargada por la melancolía.

Bajo un cielo que [p]e[s]a, camino entre personas
que no saben ni quieren saber lo que mí llevo.
Se estremecen de olvido el [xxxxx] y la planta
y esta rosa que clava espinas en mi fuerza
e[xxandxx] sus caricias perdidas por el viento.

¿Quizás no sepas nunca lo que viví[a] en nosotros,
la raíz que hizo heridas en mi alma y mis [besos],
la ternura viril que concentró mis pa[sos]
entorno a tu mirada, y que hoy no haya camino?
Inútil es querer destruir lo que [a]yer
ambos fuimos creando, y ya es una existencia.
Podría morir la luz, y quedará en el alma
la sombra perdurable de lo que ya se ha ido:
de lo que ya se ha ido, y sin embargo queda
con sus garras devoradoras de esperanza doliendo.

Bien sé que todavía me querrás otra vez. (*)
Retornará a tu vida la vida la verdad de mi amor,
y aunque a mi corazón lo partas en pedazos
siempre correrá el río de mi sangre caliente
a mojarte los pies, siguiéndote, constante;
¡el río de mi sangre, siempre detrás de ti,
por doquiera que vayas, persiguiendo tu vida!

Cuando tus ojos se abran sin las [ni]eblas de h[o]y,
y veas la claridad azul que te perdiste,
llorarás, sin poder apagar esa llama
que corre por mi sangre quemándome las venas.

Aquí estoy: aún más alto que ayer, más grande y pleno:
lleno de esta verdad un me[usa] que de guardo;
se [p]asmó para ti, a su molde y hechura,
y aunque hoy esté sola, entre nubes y vientos,
es, en su soledad, tan grande como siempre;
verdad que arde, y sufre, y se exalta y me anima
mientas corre mi sangre quemándome las venas...

Un día –¿dónde?, ¿cuándo?– releyendo estos veros,
sentirás esa angustia que yo siento al mirarlos.
Verás que otros pudieran halagar tu belleza,
pero que sólo un hombre halló en ti el resplandor
de tu luz verdadera, y lo llevó consigo.

Y entonces este amor estará desterrado,
dolorido, [hecho] estrella, hoguera en alto [espacio];
y brillará por ti igual que el primer día...
¡pero no sabrás cuán es entre las estrellas
que contemplas, a solas, en noches de recuerdo

(*)2 Dentro de cuántos más? ¿Después de cuántos años?
No sé. Mas, llegará un tiempo, amiga mía,
y no muy tarde, en tiempo en que sienta[s] que el campo
y el mar, y el aire, y todo, te dej[a]n mi recuerdo
con un aliento intenso, sutil, desesperado...
Cuando la tarde ponga su claridad de luna
en un maravilloso cielo azul de verano,
querrás oír de nuevo mi voz que te quería
otras tardes iguales, bajo otro cielo claro.
Y cuando [a]l invernal viento dé en un ventana
y la lluvia deslice sus tambores callados,
entre sueños, mujer, buscarás en lo obscuro
con la mano des[pierta] el calo de mi mano...

José María Souvirón
español