Ahora que entre nosotros sólo queda el olvido,
ahora que sé que nunca me volverás a ver,
me pregunto si es cierto que nos hemos querido
y si esto que ha pasado es lo que debió ser.
Yo para ti no he sido sino una flor nevada
que al borde del camino derramaba su olor.
Te gusté, me gustaste, me hallaste perfumada,
y acaso te dijiste: «¡es otro nuevo amor!».
Nada más. Tierna y frágil, no puse resistencia.
¡Había en mí un deseo tan ferviente de amar!
Tú llenabas el hondo vacío de mi existencia...
¿Qué importaba el mañana? ¡No lo quise pensar!
Nos separó tu loca vanidad. Un buen día
no trajo el mensajero tu ansiada carta gris:
esperé, pero en vano, porque nunca venía
aquel sobre timbrado con una flor de lis.
No traté de buscarte. Reuní tus cartas; luego
las conduje al expreso con rumbo al interior...
Después torné a mi casa y bajo un sol de fuego
mi orgullo y yo juramos olvidar este amor...
Y tú, ¿qué harás ahora en estas tardes grises
en que se abren las flores rojas
de flaboyán?
Evocarás la sombra de mis pupilas tristes
y mis labios
sensuales que no te besarán...
Y te dirás entonces: «¿Por qué la dejé irse?
Otra mujer cual ella no
encontraré jamás...».
La luz en la ventana comenzará a extinguirse...
Tú encenderás la lámpara... luego, suspirarás...
Rosario Sansores
mexicana